por Mateo Ramírez Louit
Frente a una aborágine de films llenos de cortes y montajes fragmentados capaces de aglutinar gran cantidad de planos e información visual, Sam Mendes, el director de American Beauty (1999), Skyfall (2012) y Road to perdition (2002) de la mano del laureado director de fotografía Roger Dreakins; nos devuelve a un solo plano secuencia que convierte el tiempo en casi real desde un punto de vista único durante 119 minutos.
El film transcurre en plena segunda guerra mundial, los dos jóvenes soldados británicos Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) se les encarga llevar a cabo una misión arriesgada que consiste en hacer llegar un mensaje a un pelotón de cientos de soldados con el fin de advertirles que están apunto de caer en una mortífera emboscada llevada a cabo por los soldados alemanes. En una carrera a contrarreloj, los dos militares deberán atravesar las trincheras enemigas, aparentemente abandonadas, para hacer llegar el mensaje. Entre el pelotón a salvar, se encuentra el hermano de Blake.
El film está rodado en un solo plano secuencia falso compuesto de pequeños planos secuencias, hecho que amplifica cada sonido y cada instante de tensión que viven los personajes. El espectador y sus sensaciones se sitúan en el centro del escenario, en una concepción cinematográfica totalmente inmersiva, hecho que coincide con el fluir de la cámara por los escenarios en sus 360º.
Como si nos encontráramos en la trinchera con los combatientes, nada se interpone entre los espectadores y los soldados Blake y Schofield. Lo sensorial, un elemento propio de nuestro tiempo digital pasa a estar por delante de lo narrativo, las tramas y subtramas de la historia ya no se muestran explícitamente mediante elipsis espaciales y temporales, sino que se entrecruzan con el protagonista de manera sutil y sin mostrarse explícitamente. De este modo, aunque se evidencia mucho menos, se consigue mostrar de manera más cercana y próxima.

Sam Mendes obvia el plano y el contraplano habitual en los diálogos y nos invita a imaginarlo. En un mundo en el que podemos verlo absolutamente todo, el espectador ya no se sorprende por lo que puede llegar a ver, sino por lo que está fuera del alcance de su mirada y que debe imaginar de manera activa.
La naturaleza inmersiva que vemos en la película coincide en su totalidad con la experiencia visual que uno experimenta al ponerse unas gafas 360º. Y de igual manera, muestra los mismos problemas de filmación que una película de estas características. Es por esta razón que su máximo responsable visual, Roger Deakins, prácticamente no iluminara las escenas exteriores, ya que los movimientos giratorios de la cámara le impedían ocultar las fuentes de luz artificial.


Al caer la noche todo cambia, Roger Deakins nos ofrece una propuesta visual inesperada, tal vez inspirada en los cuadros de los pintores romanticistas del siglo XVIII como Caspar David Friedrich (Suecia, 1774-Alemania, 1840) o Karl Friedrich Schinkel (Alemania, 1781-Alemania,1841), ) y en la que las luces de los proyectiles iluminan la escena en claro-oscuros en movimiento que deforman las figuras y cambian las sombras de manera constante, como pocas veces lo habíamos visto antes en una pantalla de cine. Este elemento es aprovechado narrativamente por el personaje Schofield, para ocultarse de los alemanes y atacarlos sigilosamente.


Al igual que lo hizo ya Alfonso Cuarón en algunas escenas del film Children of men (2006) con los planos secuencia y posteriormente en Roma (2018) con el uso de grandes panorámicas generales donde el espectador debía elegir hacia donde dirigir su mirada, Sam Mendes usa el punto de vista único con el objetivo de obligar al espectador a imaginar visualmente el resto de la escena e intuir lo que ha sucedido. Se trata, por lo tanto, de un espectador obligado a ser mucho más activo y aceptar unas nuevas reglas del juego cinematográfico durante las 2 horas que dura el film.